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Un joven lucha por su vida tras un ataque a balazos en Juárez

En las sombras de la noche, en el corazón de la Colonia Salvador Chávez, un grito desgarrador rompió el silencio. Un joven, cuyo nombre resuena como un eco de tragedia, Alejandro, de apenas 22 años, quedó tendido en el suelo, su vida pendiendo de un hilo tras un ataque brutal. El agresor, un espectro de maldad, apareció de la nada, como si el destino mismo lo hubiera enviado para sembrar el caos. Con un arma en mano, descargó su furia, dejando al joven con heridas que marcaron su rostro y su brazo, un testimonio mudo de la violencia que azota las calles de Juárez.
La escena, teñida de sangre y desesperación, se desarrolló en una vivienda de la calle 17 de Diciembre, cerca de su cruce con 11 de Enero. Allí, donde antes reinaba la camaradería entre jóvenes, ahora solo quedaba el eco de los disparos y el llanto de quienes presenciaron el horror. El agresor, como un lobo en la noche, huyó corriendo, dejando tras de sí un rastro de dolor y preguntas sin respuesta.
Los familiares de Alejandro, desesperados y con el corazón en llamas, salieron de la casa y encontraron al joven tirado, su vida escapándose entre sus manos. Con una valentía digna de héroes, lo cargaron y lo llevaron a una clínica cercana, donde la lucha por su vida apenas comenzaba. Una ambulancia de Protección Civil lo trasladó al Hospital Universitario, donde ingresó en estado crítico, su destino aún incierto, su futuro en juego.
Mientras tanto, los agentes investigadores llegaron al lugar, como ángeles de la justicia, dispuestos a desentrañar el misterio que rodeaba este acto de violencia. Entrevistaron a familiares y testigos, buscando pistas que los llevaran al atacante, quien se presume sería un residente de la zona. El lugar fue acordonado, y los peritos trabajaron incansablemente, como si cada segundo fuera crucial para evitar que la oscuridad se apoderara de la verdad.
En este rincón de Juárez, donde la vida y la muerte se entrelazan en un baile macabro, la historia de Alejandro se convierte en un símbolo de la lucha contra la violencia, un recordatorio de que, en cada esquina, el destino de alguien puede cambiar para siempre en un abrir y cerrar de ojos.