Internacional
Edmundo González acusa a Maduro de violar la Constitución y autoproclamarse dictador

Ah, sí, porque en Venezuela las cosas nunca son aburridas. El opositor **Edmundo González** ha salido al ruedo para decir lo que todos ya saben pero nadie dice en voz alta: que **Nicolás Maduro** ha hecho de la Constitución un pisapapeles de lujo. González, con la seriedad de un profesor de matemáticas explicando una ecuación imposible, asegura que está trabajando en las condiciones para su “ingreso seguro” a Venezuela. ¿Ingreso seguro? Suena más como si estuviera planeando una misión espacial que una vuelta a casa.
Pero no se detiene ahí. González, con la sutileza de un elefante en una cristalería, acusa a Maduro de “consumar un golpe de Estado” y autoproclamarse dictador. ¡Vaya novedad! Aunque, claro, según él, ningún gobierno democrático respetable lo apoya, solo los dictadores de Cuba, el Congo y Nicaragua. Vamos, el club de los “no invitados a la fiesta de la democracia”.
Y aquí viene lo mejor: González afirma que representa la voluntad de casi 8 millones de venezolanos y de millones más a quienes se les impidió votar en el extranjero. ¡Qué responsabilidad! Aunque uno se pregunta si esos millones de personas saben que él es su representante o si simplemente les llegó un WhatsApp.
Pero no todo es risas. González también menciona el cierre de fronteras y los aviones artillados, sugiriendo que Maduro está tan asustado de su llegada que parece estar preparando una película de acción de bajo presupuesto. “Estoy muy cerca de Venezuela”, dice. ¿Qué tan cerca? ¿A dos cuadras? ¿En una isla cercana? No lo sabemos, pero suena dramático.
Finalmente, González ordena a los militares y policías que dejen de reprimir y les recuerda que “no hay espacio para la neutralidad”. Vamos, como si la neutralidad fuera un lujo que nadie puede permitirse en este circo político.
En resumen, Venezuela sigue siendo el escenario perfecto para un drama político que mezcla tragedia, comedia y un toque de absurdo. Y mientras tanto, el pueblo espera, porque, al final, siempre son ellos los que pagan la entrada a este espectáculo interminable.