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Marcelo Ebrard impulsa alianza estratégica entre México y EE.UU. en la industria automotriz

En un escenario donde el destino de las economías de dos naciones pendía de un hilo, Marcelo Ebrard, el secretario de Economía de México, emergió como el heraldo de una nueva era de cooperación. Ante los ojos expectantes de los titanes de la industria automotriz global, Ebrard pronunció palabras que resonaron como truenos en el corazón de Detroit, la ciudad que late al ritmo de los motores y el progreso.
“Las empresas estadounidenses”, declaró con voz firme y llena de convicción, “encuentran en México no solo un aliado, sino un complemento indispensable para su competitividad en el mundo”. Cada palabra suya era un llamado a la unidad, un grito desesperado por evitar que las sombras del proteccionismo y la desconfianza sepultaran décadas de colaboración.
El momento no podía ser más crucial. A pocos días de que Donald Trump ascendiera al poder en Estados Unidos, Ebrard se adentró en el epicentro de la industria automotriz estadounidense, donde los rascacielos de acero y cristal parecían susurrar secretos de un futuro incierto. Allí, en el foro “Driving Shared Prosperity: The Critical Role of Open Trade in the Auto Industry”, organizado por la Detroit Regional Chamber, el funcionario mexicano tejió una narrativa de esperanza y pragmatismo.
Cincuenta líderes empresariales, entre CEOs, CFOs y COOs, escucharon con atención mientras Ebrard desplegaba cifras que hablaban de un comercio automotriz que representaba el 22% del intercambio total bajo el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Cada porcentaje era una prueba irrefutable de la interdependencia entre las naciones, un vínculo que no podía romperse sin consecuencias catastróficas.
“La Detroit Regional Chamber”, afirmó Ebrard con solemnidad, “es la voz de las empresas en esta región, un faro que guía hacia un entorno favorable para el crecimiento y la innovación”. Sus palabras no eran solo un reconocimiento, sino un llamado a la acción, una invitación a construir un futuro donde la movilidad y la automoción fueran sinónimos de prosperidad compartida.
En aquel salón, mientras las miradas se cruzaban y las manos se estrechaban, el destino de miles de trabajadores y millones de dólares en inversiones parecía estar en juego. Marcelo Ebrard, con su elocuencia y determinación, no solo defendía los intereses de México, sino que tejía una red de alianzas que prometía resistir los embates de la incertidumbre global.
El mundo observaba, y en Detroit, el corazón de la industria automotriz, latía con fuerza, como si supiera que su futuro dependía de aquel momento crucial.