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Nacional

Reflexiones sobre la tragedia de Tlahuelilpan y el persistente problema del huachicol

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Queridos míos, hoy quiero compartir con ustedes unas reflexiones que me han estado dando vueltas en el corazón, como esas tardes en las que uno se sienta a contemplar la vida con una taza de café humeante entre las manos. Hace ya seis años, en Tlahuelilpan, ocurrió una tragedia que nos dejó a todos con el alma encogida. Una explosión en un ducto de Pemex se llevó la vida de 137 personas, y aunque el tiempo ha pasado, el dolor sigue ahí, como una herida que no termina de sanar.

Pero, ay, mi gente, parece que las lecciones no siempre se aprenden. El robo de combustible, ese mal que llaman huachicol, sigue siendo un problema grave en Hidalgo. Hace poco, en el mismo Tlahuelilpan, dos camionetas usadas para este delito se incendiaron cerca de los ductos. Y no fue el único caso; en Tepeji del Río, otra explosión en un ducto de gas LP movilizó a los cuerpos de emergencia. Las llamas alcanzaron los 25 metros de altura, y aunque no hubo pérdidas humanas, un bombero valiente perdió la vida en el operativo.

Uno se pregunta, ¿por qué seguimos repitiendo los mismos errores? Las cifras nos dicen que, aunque ha habido una reducción en las tomas clandestinas, Hidalgo sigue siendo el estado con más casos. Cada tres horas y media, se detecta una nueva toma. Cuautepec, Tula y el propio Tlahuelilpan son los municipios más afectados.

Recuerdo aquel día, el 18 de enero de 2019, cuando cientos de personas acudieron a recoger gasolina de un ducto perforado. A pesar de la presencia de militares, la multitud no fue dispersada, y horas después, la explosión dejó un saldo desgarrador: 137 vidas perdidas, 190 niños quedaron huérfanos, y una herida profunda en el corazón de México.

El gobierno ha intentado combatir este delito, pero el huachicol persiste, como una sombra que no se va. Y aunque las cifras muestran una ligera mejoría, no podemos conformarnos. Debemos aprender de estas tragedias, valorar la vida y entender que las soluciones no son rápidas ni fáciles. Requieren paciencia, esfuerzo y, sobre todo, un cambio en nuestra manera de pensar.

Así que, queridos míos, les pido que reflexionemos juntos. Que recordemos a quienes perdieron la vida y que trabajemos, desde nuestro lugar, para construir un futuro más seguro y justo. Porque, como dice el refrán, “más vale prevenir que lamentar”. Y en este caso, la prevención no solo salva vidas, sino que nos permite mirar hacia adelante con esperanza.

Un abrazo fuerte, como el que les daría si estuvieran aquí conmigo. Cuídense mucho, y no olviden que, aunque el camino sea largo, siempre hay luz al final del túnel.