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Una bruma intensa envuelve Monterrey y afecta la calidad del aire

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Bajo un cielo que parecía haberse vestido de misterio, la ciudad de Monterrey amaneció envuelta en una bruma tan densa que parecía querer ocultar sus secretos más profundos. La Secretaría de Medio Ambiente, con voz solemne, declaró que no se trataba de un simple velo matutino, sino de una bruma intensa, cargada de humedad y contaminación, que se posó sobre la ciudad como un manto opresivo.

Desde las primeras horas del día, los cerros y edificios, otrora orgullosos testigos del paisaje urbano, desaparecieron en la lejanía, devorados por esa niebla baja que parecía conspirar contra la visibilidad. “Condiciones de estabilidad atmosférica, baja capa de mezcla y alta humedad relativa”, anunció Medio Ambiente, como si estuviera describiendo el preludio de una tragedia ambiental.

Y así fue. La bruma, intensa y persistente, se mantuvo firme, desafiando el paso de las horas. Aunque la ciudad respiró un aire relativamente limpio durante la mañana, el destino tenía preparado un giro oscuro. A las 13:00 horas, tres estaciones de monitoreo ambiental —Obispado, Santa Catarina y San Pedro— lanzaron una alerta: los niveles de PM10 habían superado la norma de salud. La contaminación, silenciosa pero implacable, comenzaba a tejer su sombra sobre Monterrey.

El día avanzó, pero la bruma no cedió. Era como si la ciudad estuviera atrapada en un sueño nebuloso, donde cada respiro era una incógnita y cada paso, un acto de fe. ¿Qué más ocultaría esa niebla? ¿Qué secretos guardaría el aire que respiraban los habitantes de Monterrey? Solo el tiempo lo diría, pero una cosa era clara: aquel día, la naturaleza había decidido escribir su propio capítulo en la historia de la ciudad.

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